lunes, 21 de abril de 2008

Un Olvido

El sol iba elevándose en el horizonte, su húmeda cama le esperaría al final del nuevo día. De un color naranja intenso, su disco lo iluminaba todo pintándolo de mil colores.
El mar, de un color dorado, parecía un espejo de fuego que se rompía en miles de llamaradas, en su brusco batir contra las rocas.
El pequeño puerto tumbado bajo el mirador, aún no despertaba. Las barcas varadas en la arena parecían pequeños gigantes, esperando desperezarse para iniciar su diario trabajo.Las albas casas del pueblo abrazaban a sus moradores, y les protegían de la fresca brisa de la mañana otoñal.
Una larga y empinada calle terminada en una larga e incómoda escalera, ayuda
a superar el desnivel existente entre la línea del mar y la parte alta del pueblo, lleva hasta la casa donde nuestro hombre pasa los días mirando a través de los cristales de los miradores. Es la barrera que le separa del mundo real.
Como a mitad de la calle se encuentra una plaza, varias calles la bifurcan, distribuyen el tránsito a los cuatro puntos cardinales. A la derecha de la plaza, con el mar a nuestra espalda, hay una antigua casa palaciega, tiene una frontal porticado con seis firmes y gruesas columnas de granito, unos sencillos capiteles, que parecen imitar un arcaico arte Jónico las coronan, mantiniendo la estructura del edificio. Cuatro balcones al frente con barandillas de hierro forjado, hierros herrumbrosos por el paso del tiempo. La fachada es de piedra, con un escudo nobiliario en el centro, aun cuando las heráldicas figuras están visibles, el nombre de los dueños, se perdió en la memoria de las gentes del pueblo. Hoy es la casa consistorial.
Enfrente, la iglesia. Tiene un frontal gótico, modesto, pero de atractiva talla, un cordón cardenalicio circundado por hojas, que adorna la puerta de entrada. Encima de la puerta, una talla en piedra de la Virgen de la Sabiduría. El resto de la construcción es de tipo mudéjar de rojo ladrillo, coronado todo por el campanario. Dos robustas campanas lo decoran. Son la voz del pueblo.
El pueblo descansa recostado contra la ladera, de una montaña no demasiado alta, más diría alta colina. Sus casas, casi todas encaladas, lucen su albura a la luz del sol. Todas con rojos tejados, el rojo de la teja árabe.
En la parte central de la plaza, unos frondosos sauces llorones sirven para refrescar las cálidas tardes del estío. Las ramas parece que pescaran las doradas perlas que saltan de surco en surco en el pequeño estanque, que se encuentra en medio de ellos.
Al final de la calle, arriba de la escalinata, una casa de grandes miradores y blancas paredes, con múltiples ventanas , todas de blanco, mantiene casi secuestrado a nuestro hombre. Al otro lado de un mirador, él, nuestro hombre, de rostro inexpresivo, rala y larga barba de color ceniciento, mira el espectáculo del amanecer, igual cada día del otoño, como si algo irreal fuera a sucederle. Su frente amplia y despejada, con unos profundos surcos que la corren de un extremo al otro denotaban su edad ya madura. Su corto y descuidado cabello, entre un rubio paja y un blanco manchado, aparece en un ordenado desorden, muestra un cierto abandono. Luce un pijama de un azul pálido, se nota raído. Sus brazos caen a lo largo de su cuerpo, como dos apéndices inútiles y faltos de vitalidad. Unas delgadas piernas lo mantienen pegado al blanco mirador.


La estancia es sencilla, de paredes blancas, sin adornos. La cama aun sin deshacer, cubierta con una colcha de flores rosa pálido, denota no haber sido utilizada la noche anterior. Encima de la cabecera, un simple crucifijo de madera. Un armario metálico, de un color gris pálido, se reclina contra la pared en un rincón. Al lado, una mesilla del mismo color; sobre ella, un despertador y la fotografía de una mujer de pelo casi negro y grandes ojos, de mirada sencilla y atractiva. Está reclinada sobre un niño de unos 15 años, tiene una sentida y sencilla dedicatoria : “soy Paloma, tu mujer, que te ama”.
En otra esquina de la habitación, una puerta da al baño. Un sencillo espejo es toda la decoración; al lado, la puerta de entrada a la habitación.
De golpe, la puerta se abre, y una enfermera de azul e inmaculado uniforme entra. De cara redonda y expresión bondadosa, ojos verdes, de un verde turquesa que le confieren una belleza especial. Pelo negro que destaca especialmente sobre tu blanca piel. Entrada en carnes, sin llegar a poder considerarla obesa. Mira a la cama sin deshacer, una mueca de desaliento se dibuja en su afable rostro.
Otra noche que no ha dormido “, pensó.

¡ Nicolás !. Acompáñame, es la hora del desayuno. Tus amigos te esperan.

No sabía cuantos días llevaba allí, No conocía a “sus amigos”, todos de nuevos rostros cada mañana. Tampoco conocía el por qué de su estancia en aquel lugar. El amor, la amistad, el dolor, la felicidad, la tristeza, el paso del tiempo, todo era nuevo, hasta desconocía el sentido de estas palabras y si habían supuesto algo en su vida…todo lo desconocía, ¡pero acaba de saber los más importante!.

.-¡Vamos Alejandra!,.- le contestó.-. Hoy por fin sé quien te acompaña:

¡ SE LLAMA NICOLÁS !

Atenea - Diosa de la Sabiduria
Tomás González Santos

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