martes, 5 de febrero de 2008

RECUERDOS


A la mitad del camino de mi vida, me encuentro en un recodo del recuerdo que aún mantiene viva la senda recorrida.
Echo mi vista al pasado y veo toda mi vida en miles de fotos, flash, que me traen recuerdos, sensaciones de vivencias: gratas unas, ingratas las más. Deseos cumplidos e incumplidos. Cuales pesan más?
Nunca es posible separar unos de otros, mi vida se encadena a la de los demás. Me faltó valor a veces para cambiar el rumbo y decidir por dónde caminar, tomar mis propias decisiones. Decidí casi siempre pensando en que querían de mí y no en que quería yo.
Nací en la posguerra. Una ciudad, Madrid, maravillosa, llena de gente joven con ganas de ganarse un futuro, gente vieja frustrada, con miedo, con recelos, sin ideales: estos quedaron enterrados por las bombas, la muerte, la represión, los campos de concentración, el racionamiento, el hambre, las carencias.
Críos medio famélicos por la mala nutrición, padres medio desesperados por no poder llenar sus tripas.
El Sol alumbra los Olmos que nos dan sombra en Enero
¡Cómo te recuerdo!, la plaza de mi barrio a las puertas de mi casa, frente a mi calle.
Los hombres tumbados esperando el traslado a los campos de trabajo.
Cinco grandes árboles de hojas perennes, verdes todo el año, de gruesos troncos: aún perduran cuatro de ellos, dando sobra en los mismos lugares, pero nadie los mira igual. Viejos, llenos de recuerdos, con sus raíces agarradas a la tierra que me vio correr y despertar a la vida.
La plazoleta circundada por cuatro casas viejas, un camino frente a mi terraza que conduce a la casa de campo. Quedan casas medio derruidas por la guerra aún presente en sus ruinas, donde viven amigos, gente con ilusiones. Donde se escuchan risas de niños felices.
El puente a la derecha de la plaza, lleva al centro de la ciudad. Entre sus arcos el río de aguas poco profundas, trasparentes, cristalinas, corre mansamente ajeno a su propia historia... el río , el que fue denominado “general de los ríos” por los poetas, que puso freno durante tres años a la fuerzas comandadas por Franco: El Manzanares
La rendición de Madrid, la firmó el General Miaja y con ella se dio fin a la guerra civil.
¡ Madrid resistió hasta el final !.
Desde mi terraza miro pasar el tiempo.
Se escucha la voz de mi madre, me llama, es la hora de ir al colegio, la esperanza de una nueva vida.
Aquellos hombres tumbados, cansados antes de empezar, con sus caras serias, su piel arrugada, sus silencios, no hablan o hablan poco, no me parece que esperen una nueva vida, que tengan muchas ilusiones, más al contrario, parecen hastiados, como si el futuro no les interesara en demasía. Quizás les pesa más el pasado. Parece que solo tuvieran presente.
Escucho próximo el sonido del tren. La estación del ferrocarril en la “Quinta de Goya” está cercana.
Subo la calle de piedras mal alienadas. Siento el frió del invierno en mis delgadas piernas. Cincuenta pasos y entro en el colegio. Cuarto piso, un pasillo oscuro, estrecho, largo, casi infinito, da a una sala luminosa, amplia, toda de blanco, con tres ventanales. Los chicos a la izquierda, las chicas a la derecha.
España frente a mí: el mapa parece que me aplasta.
Don Octaviano, cara enjuta, delgado, bajito, serio, ojos redondos y grandes, duros, de figura mediana, frente despejada, siempre con americana gris y corbata gris, camisa blanca , inmaculada. Tendrá otra ?. Me da los buenos días. Serán para él. Hoy es lunes y me toca sufrir. Gramática Española, mi tortura. Sé lo que me espera, como los condenados a muerte, cada lunes es igual, la pizarra, las preguntas, las oraciones, la ortografía, los complementos, como final la regla zumbando, cortando el aire, camino de mi mano trémula, temblorosa: el castigo.
Los días no tienen final, se encadenan unos a otros como una secuencia de infinitas partes, sin principio ni fin. Mi padre llega del trabajo, cansado, fatigado, con el peso de la vida marcado en su joven rostro. Aun no se interpretar todo lo que sus ojos me dicen.
Diego Valor me trasporta a otros mundos de ilusión. La radio, eterna compañera en las tardes de invierno lo llena todo con su fantasía: las peticiones del oyente, alguien felicita a un desconocido que se hace por unos momentos intimo, familiar, amigable, te hace participe de sus ilusiones de prosperidad. Qué querrá decir prosperidad ?, compleja palabra en el 52.
Acabo de llegar de la cola del racionamiento, nuestro pan reposa en el aparador, junto a la cartilla marrón, un cupón menos y una ración más, como cada día.
Es la hora de comer, la mesa puesta, el plato humea, la legumbre me espera, mi madre me apremia, no tengo mucho tiempo, la hora de volver al colegio se acerca, inmisericorde, sin darme reposo. Nadie se da cuenta que los críos necesitamos descansar ?
Fueron años duros para todos, que pasaron lentos como pedazos de plomo derretido en el reloj, de fríos inviernos, nevados en los campos de mi calle, abrasadores en el verano, pero siempre repetidos, iguales unos a otros, nada cambiaba de un año a otro.
No hacia mucho Ricardo nos había dejado, yo aún recordaba sus llantos, su dulce cara, hoy todo es una nube en el recuerdo, solo alguna vieja foto me trae su rostro tal como era. La lucha de mis padres, sus empeño, las deudas por la Estreptomicina de contrabando no habían resuelto nada de su enfermedad, de su trágica pero corta enfermedad. Comenzaba el sufrimiento por la tragedia, la muerte y las enfermedades que perseguiría a mi madre toda su vida. Empezaba su vida de victima que no le abandonaría ya nunca mas.
Matías estaba recién llegado, el olor de su piel, de recién nacido, lo llenaba todo, yo me sentía liberado, ya no era el centro del mundo.
“ Casa de Socorro: llegan con un hombre accidentado, los curiosos se arremolinan, las vecinas hablan en el patio, es Marcelino…..
¡ Mama, mama, traen a papa a la casa de Socorro !, un crió llama a voces a mi abuela: es mi tío Matías el mayor de los hermanos de mi madre.
¿ Qué ha sucedido?.- Irrumpió mi abuela en la Casa de Socorro alarmada.
¿ Es usted su mujer ? ¡ Si ! ? que le ha pasado a mi marido ?. Marcelino había tenido una disputa en el trabajo, surgió una discusión, alguien en la estación del Norte. En la refriega, se había golpeado con los raíles del tren, en la casa de Socorro no habían podido hacer ya nada. Mi abuela se quedo en 1925 viuda, con cinco críos y una mano delante y otra detrás. Esta situación marcó a la familia para el futuro.
Plaza del Puente de Segovia.
El portón de la casa siempre abierto para la entrada de los carros, dentro los corrales, los arreos, las mulas y los carros, toda la casa olía al ganado y al cálido heno.
El trabajo duro, muy duro, nunca se terminaba, no era suficiente con el reparto de las mercancías, sino mantener todo en orden, los arreos, las mulas sanas y bien alimentadas, el carro siempre útil. Mi abuelo era carretero en el Madrid de principios del S. XX.
Fuera las acacias refrescaban el verano, sombrean cerca de la plaza, felices los chiquillos corren, gritan, juegan y son ajenos al drama de la familia. Ahora hay que empezar a vivir de nuevo.
No viví lógicamente esa situación, me llego de boca de mi madre, pero a mi también me marco el recuerdo de la muerte de mí abuelo en esas circunstancias. Abuelo al que nunca conocí.
Lo recuerdo como si fuera ayer, el primer pantalón largo: con mis 13 años en el 57 era como signo de madurez, de hombría, como algo mayestático. La sensación es difícil de describir.
Atrás quedaba el colegio, las reprimendas de mi padre, los castigos, el pasillo de la clase que limpiaba con mis rodillas y, los malditos “tres libros en cada mano”: era el castigo preferido, como el estigma de los malos estudiantes.
Perdí mi infancia, me sumergí en un mundo de mayores; tuve que aprender a competir con inusitada rapidez.
Años después tuve que andar el camino anteriormente no recorrido. Hice el bachillerato, al tiempo que cumplía el servicio militar. Durante este tiempo colabore en las clases de alfabetización. Campo de Reclutas en Colmenar Viejo. Barracón escuela. Qué hermosos recuerdos.
Más tarde el Politécnico de San Blas, en qué cumplí otro escalón en mi formación. Descubrí tarde, pero a tiempo la ilusión y el deseo por saber. Me “comí” con avidez inusitada, montones de libros, como el naufrago que tiene hambre atrasada.
La puerta de la calle la dejé tras de mi. Caminaba al lado de mi padre. Él iba a ser el embajador en mi primer día de trabajo. Mi guía en este nuevo camino.
Recuerdo con claridad inusual el recorrido que hicimos este día.
Atravesamos la plazoleta y nos encaminamos hacia el puente d e Segovia. Uno de los
más antiguos puentes de Madrid, mandado construir por Felipe II.
Poco antes de mi nacimiento se acabo de reconstruir, después de ser dinamitado en la guerra , maldita guerra civil. Bajo sus ocho ojos, el Manzanares vería pasar los primeros años de mí nueva vida. Las riberas cubiertas de césped, de un verde intenso, aplacaban el calor del incipiente verano, estamos en los primeros días de Junio. Una espesa y cerrada hilera de setos abrazaba las vías del tranvía, que surcaban el centro de su piel, enfilando calle Segovia arriba, hacia la Plaza Mayor, nuestro destino.
Yo miraba calle arriba y me sentía temeroso, la distancia me resultaba insalvable.
Subimos por la calle Segovia, atravesamos la Calle Linneo, ¡que recuerdos !, ahí estaba la fabrica de hielo..., ¡ un cuarto de barra señor !, ese era el encargo de mi madre cada día, en la cola, siempre una enorme cola, los críos nos pegábamos por los recortes que saltaban al trocear las enormes barras. Un olor a amoniaco lo envolvía todo y un frío casi gélido y agradable en aquella época del año te acompañaba, sin apenas darte cuenta. A 50 metros la Calle Moreno Nieto, en donde un feliz día del 44, subido a lomos del verano, llegue en las primeras horas de la mañana. El verano de aquel año y yo fuimos hermanos gemelos.
Dos bocacalles más y estábamos en la Ronda de Segovia, ahí, a unos pocos metros la Parroquia de Santa María de la Cabeza, donde había tenido mi bautismo. ¿ Qué caprichosas encrucijadas tiene el destino ? Me cruzaba con mi pasado, donde llegué, en mi presente y mi futuro, donde también estaba naciendo.
Antes habíamos cruzado el puente sobre las vías del ferrocarril que morían en el paseo de Los Melancólicos donde estaba la estación. Cuántas noches había pasado de guardia mi abuelo paterno, después de jubilarse de la Guardia Civil. Y cuánto había mirado para otro lado cuando mi padre y sus hermanos llegaban con el estraperlo, para poder quitarnos el hambre a toda la familia.
Nunca entendí como pudo mi padre irse a la guerra con 18 años. Era un romántico republicano.
La Brigada de Ferrocarriles fue su destino. Por poco casi es su fosa, en un bombardeo cayo herido y a partir de ahí la epilepsia le persiguió y maltrato durante toda su vida.
¿ Por qué la iniquidad de los vencedores?.¿ Les parecía poco los años en los campos de concentración ? ¿ las heridas de guerra?, las llevaría como un estigma toda la vida.
¿ Qué más le podían hacer ? ¡ le condenaban a no trabajar!. El titulo de practicante se lo cancelaron y le prohibieron ejercer. Su pecado era que lo había conseguido estudiando en el “ejercito rojo”. Todo esto lo fui conociendo en el trascurrir de los años.
No guardó nunca rencor, y así me hizo entenderlo a mi, de lo cual me siento orgulloso. Mas hoy lo que siento es repugnancia cuando tantos políticos rememoran cada vez que tienen oportunidad, aquellos años malditos. ¡Enterremoslos entre todos de una vez!
Con el paso de los años, se iría haciendo mas conservador. Quizás las penurias de antaño le hacían temer perder lo poco que tenia. ¿ Pero si no tenia nada ?. ¿ Qué podía perder ? ¿ Dónde quedó el republicano romántico?. Lo habían domesticado.
Seguimos subiendo sin descanso, mi padre tenia un paso ligero, como un marchador, como un atleta. Nunca se cansaba y caminaba a una velocidad, para mi excesiva, me faltaba el aire.
A ambos lados de la calle, sendos terraplenes ascendían llenos de hierbajos, cantos y algunos arboles, a izquierda y derecha. El de la izquierda hasta la Basílica de la Almudena, con el nicho donde la tradición o la superstición dice que fue hallada la imagen de la Santa. El “Almudin”, palabra árabe que significa depósito de trigo.
A la derecha, subía hasta las tapias posteriores del Seminario de Madrid.
Antes de pasar por debajo del viaducto, tres casas, en una con la leyenda, “Casa de Postas”. Supongo que era el vestigio de un antigua posada, donde pernoctarían los que al llegar a Madrid se encontraban cerrada la puerta de acceso. De ahí el nombre de una plaza que se encontraba aún distante de donde estábamos: Puerta Cerrada.
Dos años antes de mi puesta en escena en este paraíso que es Madrid, se había terminado la reconstrucción del viaducto, de los daños ocasionados en la guerra. Era el 42.
Antes había pasado por mil ideas y proyectos, el primero de la época de los Borbones, para poder salvar la vaguada que formaba la Calle Segovia, entre el palacio real y la Basílica de San Francisco el Grande.
Siguiendo el eje de la Calle Bailen, el arquitecto Eugenio Barron, entre 1872 y 1874 construyó una innovadora estructura de hierro y madera. Para ello se habían derruido varias casas y algún que otro edifico singular, como la Iglesia de Santa María de la Almudena, las mas antigua de Madrid, y se dice que Mezquita anteriormente, no seria extraño, pues años después se descubren la antiguas murallas árabes de Madrid no muy lejos del mismo lugar que hoy forman el parque del Emir Mohamed I. El proyecto definitivo se llevo a cabo durante la II República, las obras se terminaron en el 1934
Al pasar bajo sus arcos, tuve un escalofrió, hacia menos de un año, había visto en ese mismo lugar, el cuerpo de un hombre bajo las ruedas del tranvía. Se había suicidado, cosa relativamente frecuente en la época.
El viaducto era la medicina a los problemas de muchos. Yo lo llamaba “La última puerta”. La impresión perduro en mi cabeza por tiempo, fue demasiado para un crío de 12 años.
Al fin de nuestro caminar calle arriba, llegamos a la Calle Botoneras, situada en una de las caras de la Plaza Mayor. Paralela a la calle de Toledo. Allí estaba la que fue durante muchos años una especie de templo de mi madurez, “Casa Felipe Sierra”, era una fabrica de licores. Anisados, aguardiente, licor de hierbas, agua de Self, zarzaparrilla, etc. Un mostrador alargado en el frente, justo paralelo a la entrada. La cubierta de estaño, los grifos dorados, relucientes, parecían como si estuvieran cubiertos de oro. A derecha e izquierda, filas de barriles, de todos los tamaños. Tras el mostrador unos hombres se afanaban en atender a los clientes.
Un chiquillo, no tendría muchos mas años que yo, se ocupaba en poner orden en los vasos, las botellas, servir, hacia de todo, era como un peón de brega. Un comodín que servía para todo. Me llamó la atención poderosamente. Pensé que así seria el futuro que me esperaba y lo sentía próximo y sin angustia. Deseaba ser útil
a mi familia y poder aportar algo con mi esfuerzo. Era como sentirme hombre, en el más estricto sentido de la palabra. ¡ Qué ilusiones de juventud !.
En el centro del mostrador una tetera enorme como de metro y medio y unos 20 litros de capacidad, no daba abasto a servir te. Mi padre me invitó a un te y una copa de “suave” , un especie de aguardiente dulzón y agradable.
Para mi fue mi mayoría de edad. Solo tenia 13 años.
Hoy que una enfermedad incurable me jubiló apartándome del trabajo, y que los recuerdos se amontonan en la memoria, vuelvo al mismo lugar donde empecé mi primer día de trabajo, la para mi nueva vida.
En la misma calle, Botoneras, en el mismo lugar, hay un bar, mostrador alargado a la derecha, a la izquierda se ven una serie de sillas y mesas. Las voces que se escuchan no son las mismas. Los turistas lo llenan, degustando los manjares que se sirven. Hay tres hombres tras el mostrador. La “Campana” es hoy su nombre, atrás quedo enterrada con el paso de los años “casa Sierra”.
Al ir a traspasar el umbral, me detengo un instante....., un movimiento reflejo, era lo qué hacia con mi padre, me detenía para cederle el paso. Siento como si su figura me acompañara. Alguna vez leí, qué no se muere si los que te aman te recuerdan, creo que él sigo aquí.
El olor del té perfuma mi piel y el suave dulzor del anís embriaga mi paladar.¡ Señor volví 50 años atrás !... , él hace más 20 que ya no me acompaña.
Uno de los tres hombres que atienden detrás del mostrador. Luis Ruiz, se jubilará en Diciembre de este año 2007.
Es el mismo chiquillo de hace 50 años.
Es como si todo se hubiera detenido en 1957.
Firmado: Tomás González Santos

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